El vacío en San Juan de la Cruz y en el zen.

Lo que no es el vacío.

Mucha gente no entiende el vacío. No tiene experiencia de él; piensan que el vacío borra todas las imágenes, se desembaraza del pensamiento, deja en blanco la mente, se convierte en cadáver.

Pero esto no es el vacío. En el Zen, por ejemplo, se puede entrar en el vacío escuchando el sonido de un salto de agua, observando la caída de la flor de un melocotonero o atendiendo el ritmo de la propia respiración. El vacío se constituye con el desprendimiento, la ausencia del apego, la inexistencia de ataduras, y no eliminando las cosas. No me apego a las palabras, pero puedo usar las palabras; no me apego a las representaciones, pero puedo tener representaciones mentales. En una palabra, el vacío no es una aniquilación del pensamiento, los sentimientos y la imaginación (de ser así, los cristianos lo rechazarían con razón), sino la purificación de todo eso.

Santa Teresa de Ávila penetró en el vacío y veía a Jesús en él. Creo que los dos discípulos que se dirigían a Emaús penetraron en el vacío, en un estado alterado de conciencia, mientras hablaban con Jesús y decían luego: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. El vacío no es mera negación (aunque a menudo se la describa en términos negativos), sino un estado de conciencia lleno de riqueza espiritual. (Finkler Pedro, La oración contemplativa. (Versión moderna de “La nube del no-saber”). Col. Tabor 3. Paulinas. Madrid 1992, 2ª. ed.

Si uno penetra en las capas de la oración contemplativa, antes o después experimenta el vacío, el silencio místico. Todos estos términos apuntan a la misma realidad. Sí; es como si dentro de mí hubiera un vacío insondable e inmenso. Y cuando uno al principio experimenta este vacío, allí hay una ausencia de pensamiento y de representaciones imaginativas, y quizá un cierto descuido, como formas sepultadas debajo de una nube del ovido. “Nada, nada, nada, nada, y en el monte nada”. Pero la nada es el todo, la vacuidad es abundancia, el vacío es plentitud. El experimentar la nada total interior es experimentar el “eterno ahora”. Esta es la doctrina de san Juan de la Cruz y toda la tradición apofática que él representa.

Cuando este vacío se hace más hondo, uno lo lleva siempre a su lado; cuando ríes, enseñas o viajas en ferrocarril. El vacío está allí cuando vas a dormir por la noche o despiertas por la mañana. Al principio el vacío es espantoso, horrible; algo así como si uno perdiera toda seguridad; pero después se convierte en manantial de agua clara que mana hasta la vida eterna e irradia gran júbilo. Ello se debe a que uno se da cuenta de que el vacío tiene una causa: el principio Jesús, el Verbo encarnado, el huésped interior. El nos descubre el camino a un vacío inmenso, sin fronteras e insondable, que es el Padre.

Lo que quiero resaltar es que el vacío no es olvido total. No significa que desaparezcan todas las formas y aparezca un hueco. Las formas están presentes. Porque la forma es vacío y el vacío es forma. Lo que constituye el vacío no es la ausencia de pensamiento o la ausencia de imagen, sino el aislamiento. Experimentas el vacío cuando te vas, te alejas, te alejas. Esta es la clave. No asirse a nada, no confiar en nada.

Y de este modo, si este vacío se hace más profundo y crece y se desarrolla, puedes descubrir que Jesús y María están presentes. Puedes dialogar con ellos, leer el evangelio y meditar libremente en la pasión. Estoy totalmente seguro de que santa Teresa hizo esto, igual que otros místicos, como el padre Pío. Llegaron a lo profundo del vacío, y a la vez estuvieron con Jesús en Getsemaní o camino de Emaús. Cuando uno llega a la madurez,no existe tensión entre el vacío y los misterios de la vida terrena de Jesús. La gran intuición de santa Teresa no fue otra cosa que esta.

Además, el vacío, lejos de ser pura negación, es intensamente creativo. La poesía sublime, el arte más admirable, nacen del vacío. No dudo de que la tierna y apasionada Anima Christi (“sangre de Cristo embriágame”) surgió del vacío. Y la poesía exquisita de san Juan de la Cruz nació de la nada, inmensa, interior, que experimentó tanto en la prisión como en la oración.

Porque el vacío es un pozo insondable de amor. Al principio no se parece al amor. Tú eres el madero empapado en agua, y el fuego de amor está actuando al quemar las cenizas. Y cuando este humo desaparece, el madero se inflama y se convierte en una llama de amor viva.

Volvamos al Budismo. Sabes que la enseñanza budista distingue entre nirvana y samsara. El nirvana es el vacío último, el soplo de la vela, la nada absoluta. El samsara, por otra parte, es el ciclo del nacimiento y la muerte, el ir y venir, el bullicio de la vida en medio de la pasión terrena. ¡Qué mundos tan diferentes, dirás, son el nirvana y el samsara! Pues no, en modo alguno. La doctrina budista y, lo que es más importante, la experiencia budista nos dicen que al final el samsara es igual al nirvana. Así es: La forma es vacío, y el vacío es forma.

San Juan de la Cruz es acusado de negatividad por las personas que no saben de qué estaba hablando. El Budismo es tildado de negar la vida por los occidentales que nunca han saboreado el vacío. Ama el vacío. Entrégate al vacío. Ama el vacío. Entrégate al vacío, porque en él encontrarás paz, alegría, creatividad, amor y bondad. (45). 45. Fraijo Manuel, Masiá Juan, S.J., (eds.), Cristianismo e ilustración. Universidad Pontificia Comillas. Madrid 1995.

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